lunes, 10 de enero de 2011

Cosas que me dejé en el tintero (ubedí)

De vez en cuando, durante uno de esos paseos nuestros, suenan de pronto las campanas de alguna iglesia o convento. Saber en cuál es difícil, porque hay muchísimos. Y suenan tan antiguas en mitad de esas calles solitarias, que no podemos evitar sentirnos gentes de otro tiempo.


Ya de vuelta, en una calle muy corta, se levantó un aire muy frío. Me crucé entonces con un viejo que venía acompañado por su hija, cargados los dos con la compra del día.

-Este es aire de agua- le dijo el hombre a la muchacha.

Efectivamente, no había pasado ni media hora y ya estaba lloviendo.

(Y uno, naturalmente, sin paraguas).


Al llegar a casa de F.-empapado-, estaba allí el tío P. Nos contó que había ido a la aceituna el día anterior:

-Yo solo. Y cogí mil kilos. Primero con las máquinas, pero ya después, al final, con las manos, a puñaos, las que todavía quedaban por la tierra. Cuando llegué a la casa estaba pa que me diesen los santos óleos.



 

Como cada año, visitamos el belén de Santo Domingo, que monta la Asociación de Cofrades. Es precioso. Sin embargo, los belenes realmente conmovedores, fruto de estos tiempos, belenes modernos  y actuales, los hemos contemplado, cada atardecer, en los cajeros automáticos de los bancos y en algún que otro negocio con zaguán. Sin niño Jesús, sin María ni José, sin buey, sin mula y, mucho menos, sin ángel que los guarde, cada noche, entre cartones, mantas y sacos de dormir, los inmigrantes africanos componían la estampa más cruda del desamparo y la pobreza.



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