domingo, 16 de enero de 2011

La vida soñada

Tenemos, a nuestro lado, un buen rimero de libros y el deseo de leer, cada uno de ellos, cuanto antes:

Un bárbaro en el jardín, de Zbignew Herbert.

Una mosca en la sopa, la autobiografía de Charles Simic.

Héroes, maravillas y leyendas de la Edad Media, del gran Jacques Le Goff.

Leviatán o la ballena, de Philip Hoare.

Unamuno, la enorme y espléndida (al menos eso hemos oído decir) biografía de Colette y Jean-Claude Rabaté.

Todas las perplejidades... ay,no, perdón, las trivialidades, de Logan Pearsall Smith.

Brillan monedas oxidadas, de Juan Eduardo Zúñiga.

Los Cuadernos americanos de Hawthorne.

El Viaje a pie de Pla.

Las ciudades del mar, también de Pla.

Los Diarios de Iñaki Uriarte.

Un mundo de libros, tomo en el que varios autores hablan de las librerías de Buenos Aires, Nueva York, París, Londres o Madrid.

Y dos o tres más.



Pero, claro, tendremos que tomárnoslo con paciencia, porque, además de leer, habremos de atender a otras ocupaciones ineludibles: dar clase, hacer la compra y algunas llamadas, corregir trabajos y exámenes, llevar el coche al garaje, bajar, todas las noches, la basura, cocinar (solo un poco), hablar con los vecinos (hay que ser sociable), cambiar una bombilla, ver el telediario y un sinfín de cosas más que si bien una por una no suponen molestia alguna, todas juntas terminan por rendirnos y agotarnos.

Cuando pensamos en esto, soñamos con ser uno de esos personajes que salen en las novelas de Stevenson o James, jóvenes apuestos y talentosos (ya que estamos fantaseando, no hay necesidad de escatimar) que reciben una asignación anual de padres o preceptores, siempre generosa -unos cuantos miles de libras-, y pueden llevar, por tanto, una vida ociosa y sin preocupaciones. Uno esa vida la querría para leer todo el santo día o, como tendríamos un gran talento, para escribir hermosos libros por las mañanas, y dedicar luego las largas tardes en la lectura de todos esos libros que parecen reclamarnos. Así, pensamos que seríamos plenamente felices.

Pero luego reflexionamos un poco y recordamos lo que decía Wilde (creo que era él) sobre lo desgraciado que puede ser uno si se le cumplen sus deseos. Y acabamos por darle la razón. Si pudiéramos llevar una vida como la descrita arriba, satisfechos y plenos...¿qué sería de nosotros?, ¿qué sueños nos quedarían? De manera que mejor que todo quede como está y que esos libros vayan llegando, uno a uno y poco a poco, a nuestras manos.


2 comentarios:

  1. Precisamente leyendo a Wilde, y a sus personajes de la nobleza inglesa del XIX: esos lores y esas damas que emplean su tiempo libre (toda su vida) donando fortunas a las organizaciones de beneficencia, tocando el piano, leyendo los grandes clásicos, o paseando entre la niebla del Londres de la época, es cuando a una le entran las envidias y los deseos de haber tenido una vida así. Una vida por entero para dedicarla a mi misma, sin pensar en los resúmenes de lengua, ni en la química orgánica, ni en la Gloriosa, ni en la PAEG, ni si Alicante o Murcia (al margen de la opinión de Mª José y Trini)...
    En fin, seguro que a todos se nos ocurren mil cosas que poder hacer con tanto tiempo y tanto dinero. Pero en el fondo, llevas mucha razón. Al final acabaríamos aburridos de los bailes sociales, del piano, de la niebla...

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  2. No es que seamos pobres,somos cortos de bienes jejejej que no es lo mismo.

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