jueves, 24 de marzo de 2011

Consolación de los fumadores

En un libro muy hermoso que acabo de leer - La felicidad de los pececillos-, se pueden encontrar, entre otras muchas cosas de gran interés, estas dos anécdotas que no dejarán de consolar a los atribulados fumadores que tan difíciles tiempos viven:


Hace muy poco, un semanario inglés traía una anécdota ejemplar: en el compartimento relativamente lleno de un tren, dos enamorados que se besaban apasionadamente desde hacía un buen rato se entregaron finalmente a un completo ayuntamiento ante la mirada impasible de los otros pasajeros. Al fin, cuando en el poscoito los amantes se encendieron un cigarrillo, sus compañeros de viaje abandonaron de repente su reserva y les recordaron con indignación que era absolutamente inapropiado fumar en un lugar público.


La segunda, también de ambiente ferroviario, le sucedió al padre del escritor C. S. Lewis, que gustaba de contársela a todo el mundo:


Viajaba en uno de esos trenes a la antigua, sin pasillos, en los que los pasajeros se hallan aprisionados en sus compartimentos mientras el tren está en marcha. No estaba solo en su compartimento: enfrente de él había sentado otro viajero, un granjero de aspecto respetable, vestido con un traje de tweed, pero cuya tensa expresión se explicó bien pronto por una imperiosa necesidad natural. Como el tren continuaba resoplando por montes y valles sin ninguna estación a la vista en que fuera posible encontrar unos servicios, el personaje en cuestión se bajó los pantalones, se agachó sobre el suelo del compartimento y defecó. Terminada la operación, y una vez que el viajero, vestido ya de nuevo, se hubo vuelto a sentar enfrente de Albert Lewis, el olor que flotaba en el compartimento se volvió tan espantoso, que Lewis se sintió a punto de vomitar. A falta de poder ahogar ese olor tan espantoso, Albert Lewis intentó al menos diversificarlo encendiendo su pipa. Pero en ese momento, el extraño sentado enfrente de él, que no había dicho ni una sola palabra en todo el viaje, se inclinó hacia él y con un índice severo indicó un cartelito pegado en la ventanilla, que rezaba: "PROHIBIDO FUMAR". Para C. S.  Lewis, esta anécdota que contaba su padre había resumido siempre de un modo ciertamente demencial una profunda verdad respecto a Irlanda del Norte y a lo que significaba vivir en ella".

(Simon Leys, La felicidad de los pececillos. Cartas de las antípodas, Acantilado, 2011)


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