sábado, 12 de marzo de 2011

Regreso al purgatorio

Definitivamente, el cura nuevo de la parroquia de mis padres, el que tiene un perro y es aficionado a esquiar, no tiene ninguna razón en eso del purgatorio. Lo sabemos porque hemos vuelto a él. A. se ha ido unos días a Bruselas y nos ha dejado a P. y a mí aquí, solos y trabajando. 

Antes de que se fuese le advertimos de que esa ciudad, por bonita que pueda ser, acostumbra a ser visitada por un batallón de políticos de todas las nacionalidades europeas, y que no sería raro que se encontrase con alguno de ellos. A lo mejor con uno de esos diputados a los que han grabado en vídeo fichando para cobrar la dieta y luego se les ve salir corriendo, no en dirección de sus despachos o del parlamento, sino de la estación del ferrocarril o del aeropuerto.

También le dije que Bélgica no es un lugar seguro. Llevan sin gobierno un montón de meses y cada cierto tiempo descubren una docena de cadáveres enterrados en el jardín de una familia que parecía muy normal y honesta, pagaba religiosamente sus impuestos y saludaba con gran cortesía los vecinos.

Pero no me ha hecho caso, y se ha ido.

1 comentario:

  1. Los belgas no me merecen ninguna confianza, estimado compañero. Haces bien en prevenir a A. Una vecina de mi pueblo que ensogaba sillas para una gente de allí los llamaba “belgicanos”. A nosotras, su hija E. y yo, con apenas diez o doce añitos, nos parecía aquello la mar de exótico y sospechoso porque no entendíamos de gentilicios y nunca habíamos salido más allá del Camino Real. De cualquier modo son seres extraños, inclasificables. Quizá sería bueno para su imagen tener algún tópico que desafiar, como sí lo sobrellevan los catalanes, o los andaluces, o los japoneses, pobres. Los belgas no, los belgas solo son raros, sin más, y eso es lo que se dice de quien no nos gusta pero vive en la absoluta indefinición, sin padecer ni sentir.

    Lo cierto es que conocer, lo que se dice conocer, no conozco a ninguno, salvo los mismos que tú, los que conservan a sus parientes tan bien envueltos a trocitos en el parterre. Pero eso da igual: aquí todo el mundo tiene derecho a decir lo que le pida el cuerpo. En las teles, el “respetable” se despacha con opiniones atrevidas, incluso devastadoras, a toque de pulgar, tan ligero como exquisito ("keberguensa, los españoles bamos ha tener que acer algo", pongo por caso). Y nuestros políticos intentan hacernos creer que siempre redactan con guión y saben de lo que hablan (miren, si no, las pruebas de diagnóstico en Secundaria). A ver entonces si no vamos a poder opinar nosotros, que conocemos las primeras letras, sobre los belgas. Estaría bonito. Dile a A. que se recoja temprano, que no pasee sola por los canales y que no beba de lo que le den.

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