miércoles, 9 de marzo de 2011

Felicidad ferroviaria (Ida)

El viernes nos fuimos, P. y yo, a Asturias. Viajamos en tren. Fueron siete horas plácidas, amables y entretenidas. Hablamos un poco, leímos libros y periódicos, vimos una película y jugamos un par de reñidos partidos con la PSP. Íbamos tan  abrigados y cómodos que si el revisor llega a pasar con una manta de lana escocesa y nos la hubiese colocado en las rodillas, arropándonos después, lo habríamos encontrado muy natural. Pero no fue necesario. Al otro lado de la ventanilla, el mundo se veía sombrío, gélido y hostil. Pero nosotros, allí dentro, como en una burbuja, nos sentíamos invulnerables.


Para los amantes de los datos exactos, si los hubiese -los datos exactos-, apuntaremos aquí que ese tren prodigiosos era el Alvia 4141, que hace la ruta Alicante-Gijón, y que íbamos pasajeros en el coche número 4, asientos 2C y 2D. Es un lugar estupendo. Se lo recomiendo vivamente.

También tomé, durante el trayecto, algunas notas:

Este primer viernes de marzo,Cuenca se levanta en mitad de la estepa rusa.


Lluvia en Madrid. Aunque son las dos de la tarde, parece que ha comenzado ya a anochecer.

Al pasar Segovia, todo invernal y muy oscuro, excepto la catedral, que aparecía inundada de luz gracias a un pequeño claro abierto entre las nubes sombrías.

Desde el tren, Valladolid y Palencia resultan muy parecidas. Más pequeña la segunda, que se cruza más rápido. Y este viernes también más bonita, porque nevaba.


Entre Palencia y León, tormenta de nieve. De nuevo parecía que estuviésemos viajando por la estepa rusa.

Sahagún metida en nieblas.

En León, al abandonar la estación y pasar al lado de un pequeño jardín con un par de esculturas modernas, un anciano que se sienta delante de nosotros advierte a su acompañante: "Mira, dos piedras de museo".


Luego se hizo de noche y como ya no vimos nada, abandonamos nuestras vanas apuntaciones.

Al llegar a Mieres, comprobamos que también viajaban en el tren nuestro admirado Maxi Rodríguez, dramaturgo, guionista y actor, y Pedro Civera, actor clásico y eterno. Solo faltaba Víctor Manuel.







A la mañana siguiente nos enteramos de que, mientras nosotros viajábamos tan felizmente, miles de coches se habían quedado varados en la A-6, entre la nieve y  el hielo, durante un buen número de horas. Entonces nos asomamos a la ventana y, a grandes voces, dimos varios vivas al ferrocarril.





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