viernes, 11 de marzo de 2011

Notas asturianas

Me cuenta mi madre que el nuevo cura tiene perro, y que ella nunca vio que un cura tuviera perro. Luego añade que va con frecuencia a esquiar y que les ha dicho que el purgatorio no existe. Como no comenta nada más le pregunto. "Bien, bien, es muy joven", me responde. Pero yo sé que ella prefería al anterior, porque era el pobre más frágil y mucho menos moderno. Vivía solo con su madre, a la que cuidaba porque  estaba enferma, y en lugar de ir a esquiar se presentaba con cierta frecuencia a celebrar bastante borracho, lo cual escandalizaba a los beatos. Además, jamás les negó la existencia de nada. Al contrario, en mitad de los sermones embriagados que les daba, les pedía perdón y se declaraba con fatalidad un pecador irremediable. A mi madre, cuando ocurría eso, le daba mucha pena, pero pensaba que tendría el hombre sus buenas razones  para beber de ese modo, y que aquellas confesiones y desahogos públicos declaraban que no era más que un pobre infeliz.

A este, en cambio, que debe de ser, a lo que parece, un hombre de su tiempo, atlético, feliz y con sus estudios de teología, yo creo que no lo ve con buenos ojos. No se fía.

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Cruzábamos P. y yo el Campo de San Francisco, a la altura de donde estuvo en tiempos la osa Petra, cuando de pronto nos dimos cuenta de un hecho prodigioso. Al mirar hacia el Bombé, vimos entre los árboles cómo caía una lluvia de gotas numerosas y enérgicas. Sin embargo, sobre nosotros nada. En algún lugar debía estar levantándose el arcoiris. Fue un momento mágico. A lo mejor, pensé, nos hemos vuelto santos y ahora van a venir hacia nosotros los pavos reales, nos hablarán y les entenderemos. Pero no. Cuando ya llegábamos al Paseo de los Álamos, las gotas cayeron por fin sobre nosotros, como sobre todos los mortales. En una esquina de la calle Fruela, nos esperaban G. y J.

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G. quiere con devoción a su primo. Aunque solo se vean cuatro o cinco veces al año, siente hacia él una amor sin condiciones. Si a esto le sumamos que esta vez le llevaba el regalo de una espada láser de La Guerra de las Galaxias, es de imaginar la emoción del encuentro.

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Esta vez no fuimos a tomar un café al Reconquista porque al parecer los precios son ahora fantásticos y exagerados. Cuando quedamos con mi hermano, a veces íbamos a la cafetería de ese hotel. Decía mi cuñada que era un lugar muy tranquilo. Efectivamente, casi nunca había nadie, y las dos o tres personas que estaban en el local ya se estaban yendo, pero no de la cafetería sino de este mundo. Se podría decir que se respiraba allí la paz de los cementerios. Eran casi todas señoras muy ancianas, encogidas por el peso de los años y de los opulentos chaquetones de pieles que las envolvían. Cuando una se iba o llegaba, daba mucha lástima verlas porfiar con la hoja de la puerta, que era de cristal y pesadísima. Los camareros, que se conducían como chambelanes, salían entonces a ayudarlas, y las pobres señoras no les podían dar las gracias porque ya estaban sin aliento y solo tenían fuerzas para dejarse caer en los sillones. Ahora, como han cambiado de dueños, te cobran por un café una barbaridad. Yo creo que es porque toda esa antigua clientela se ha muerto al fin, y entonces tienen que repartirse entre los que quedan lo que aquellas pobres mujeres se gastaban cada tarde. Porque a este hotel vienen a alojarse muchos políticos, y los príncipes y  reyes, y  yo creo que esos deben pagar mal.
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Por la noche, antes de acostarme, leo a Logan Pearsall Smit:  "PÁRROCOS. Así y todo, me caen bien los párrocos. Tienen nobles ideas acerca del universo, y creen en las almas y la felicidad eterna. Y algunos de ellos, me dicen, creen en los ángeles, que hay ángeles que guían nuestros pasos y revolotean sin ser vistos de un lado a otro cumpliendo misiones". Y pienso, como mi madre, que el nuevo no debe ser de estos, y tampoco me fío.

2 comentarios:

  1. Jejejej el cielo,el paraiso,el limbo...Ea.Ahí os dejo al gran Paco Rabal y mi admirado Luis Ciges con su apocalipsis http://www.youtube.com/watch?v=9fh0XYetVHM

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  2. Muchas gracias por el regalo, Jesús.

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