jueves, 31 de marzo de 2011

Viaje a Granada (IV y último)

Domingo, 27

Como J. Á., el pobre, se había ido de fiesta por la noche, el domingo por la mañana nos levantamos tarde e hicimos tiempo para que el angelico pudiese dormir un poco antes de irnos a comer. Nos encontramos con sus padres, que se acercaron desde Úbeda, y paseamos un rato por la avenida de la Constitución, que está ahora sembrada de estatuas (García Lorca, Falla, Frascuelo...), algunas sentadas en los bancos para que la gente se les pueda arrimar, pasarles el brazo por el hombro y sacarse unas bonitas fotos.

Nos cruzamos, en este paseo, con unas jornaleras que estaban entrenándose para la Semana Santa. Llevaban el paso sin la imagen, que habían sustituido por unos raíles de tren que, según nos explicó un señor que las acompañaba, pesaban tonelada y media.


A la una y media, su padre llamó al angelico. "Ya llego, esperadme en la esquina". ¡El tío todavía no había pasado por casa! Efectivamente, apareció a los dos minutos, sin signos evidentes de fatiga. "Subo a cambiarme y ya nos vamos". Mientras lo esperábamos, en San Juan Dios se había formado una cola de menesterosos esperando que les abriesen las puertas del comedor. Había gentes de todo tipo, todos con su pequeña mochila al hombro y la piel muy morena, de pasarse, como los pájaros, todo el día al aire libre. Apenas hablaban entre ellos, y los que lo hacían intercambiaban frases muy cortas, con una voz áspera y grave. Alguno llevaba un perrete, que había atado a las verjas de la calle. Cuando el guarda de seguridad les abrió al fin la puerta, entraron disciplinadamente y en silencio, y con la cabeza gacha.





Cuando J. Á. volvió, con una camiseta sin mangas y unas gafas de espejo ("Pareces italiano, nene", le dije. "La última vez que me puse estas gafas, en septiembre, también me lo dijeron", me contestó), nos fuimos de nuevo al Albaicín. Calles pinas y empedradas, casas cerradas y secretas, plazas y placetas... Cuesta de la Alhcaba, de San Gregorio, Placeta de las Tomasas, de Aliatar, del Comino, del Rosal, de los Gitanos, calle  Beso, donde hay una taberna con el mismo nombre...



El Albaicín es una ciudad dentro de la ciudad, un laberinto de casas y cármenes blancos, calles solitarias y plazas que se abren por sorpresa a la vuelta de cualquier esquina. Un pueblo grande que mira ensimismado y lleno de asombro a la roja Alhambra.



De vez en cuando desembocas, como sucede en el Mirador de San Nicolás, en un lugar lleno de gente y de ruido, pero a poco que te retires, enseguida te encuentars solo y en silencio, el rumor del gentío se va perdiendo rápidamente y ya solo se escucha, si acaso, la conversación que sale de una ventana abierta, unas risas, el entrechocar de platos y cubiertos o a alguien que canta, normalmente muy bien. 






Pasó el tiempo como una estrella fugaz, nos despedimos, nos subimos de nuevo al coche... Durante media hora pudimos continuar viendo, por el retrovisor, la nieve de Granada.


2 comentarios: