miércoles, 2 de marzo de 2011

Entre lusco y fusco

Ayer, al salir a la calle cuando comenzaba a anochecer, me asaltó un olor muy agradable pero raro aquí, en la ciudad. Era el mismo que aparece en el campo algunos atardeceres, un olor a madera quemada, al humo de las casas donde se alimenta el hogar con ramas y sarmientos, a las hogueras que prenden los hortelanos para deshacerse de los rastrojos...

Naturalmente, en mitad de la ciudad, entre los coches y los gases de las calefacciones, esa sensación tenía que ser por fuerza un espejismo. Sin embargo, se percibía con nitidez, intensamente. La única explicación que se me ocurrió fue que, por una extraña alquimia, todos esos olores ciudadanos e ingratos se habían mezclado y, de un modo sorprendente, se habían armonizado dando lugar a ese aroma bucólico y rural. Los tubos de escape de los coches, las chimeneas de los edificios y las lacas de las peluquerías del barrio de donde salen cada tarde orondas señoras con el pelo esculpido y levantado, se habían combinado, en esa hora misteriosa, de una manera prodigiosa, y como si fuesen la obra de un sabio perfumista, habían alcanzado la fórmula precisa para traernos hasta aquí el mismo aroma que los pueblos pequeños y solitarios emanan a esa hora de entre lusco y fusco.

Y con esa idea peregrina, fuimos respirando a pleno pulmón, camino del gimnasio, a recoger a P. de su clase de kung-fu.

No hay comentarios:

Publicar un comentario