martes, 29 de marzo de 2011

Viaje a Granada (II)

Continuación...

Viernes 25 (al atardecer)

Callejeamos entre la catedral y la Gran Vía, donde nos cruzamos con unos aficionados checos, todos altísimos, de dos metros cada uno, o más. Paseaban felices con unos helados inmensos, grandes como antorchas olímpicas, entre las manos. Al verlos, nos entró a nosotros también el deseo, y nos acercamos a Los Italianos, a probar esas delicias, pero en cucuruchos más modestos.


Al lado de la catedral, pegado a uno de sus muros, habían colocado un mercadillo de especias, hierbas y floritos. Le daba un aire medieval a la calle y, sobre todo, la perfumaba de un modo prodigioso.


Como aún teníamos tiempo, nos llevó J. Á. a la Fundación José Guerrero, a ver una exposición de John Gutmann. Nos gustó muchísimo. Como nos acostumbra a suceder con las fotos que nos gustan, encontrábamos en cada una de ellas una pequeña novela, un cuento, que sería hermoso escribir algún día...







Después, antes de marcharnos, subimos al piso más alto, donde tienen colgados seis cuadros del pintor granadino que da nombre al museo. Pero no íbamos a verlos a ellos (salvo un autorretrato muy delicado, el resto, no sé por qué, me trajo a la memoria los cólicos biliares que sufría con regularidad no hace mucho), sino a contemplar la catedral por el amplio mirador que hay en esa sala.




Luego ya nos fuimos de nuevo a la Escuela. A aquella hora de la tarde, cuando los estorninos ya estaban de vuelta a la vecina Plaza de la Trinidad y la algarabía llegaba hasta la calle Alhondiga, nos pareció un lugar muy agradable. Apenas se veía a gente, dos o tres personas en cada taller, trabajando ensimismadas y en silencio con sus tornos o en una fragua muy hermosa. De vez en cuando, salia de uno de esos talleres un alumno, o el profesor, todos con el aspecto sereno y serio de los artesanos que están conformes con su oficio.

El sótano donde habían instalado la exposición ya estaba abierto. No había nadie, salvo una señora, seguramente una bedel, que lo cuidaba y al mismo tiempo estaba ayudando con los deberes a un chiquillo que debía de ser su sobrino. Nos dijo que no podíamos hacer fotos y ya no se ocupó más de nosotros.

Al salir, en el pasillo había una escultura "en movimiento", lo que ahora se llama una instalación: sobre un pedestal blanco, se habían vertido grandes cantidades de caramelo que, al irse deshaciendo, caía por la peana abajo y, cuando nosotros la vimos, ya había alcanzado el suelo. Parecía alquitrán derretido.




Al sacarle una foto para guardar testimonio de ello, la luz del flash alertó a un señor que salió como centella de la cafetería, que estaba allí al lado. Pensé que me iba a regañar y a decirme, como en el sótano, que estaba prohibido fotografiar semejante obra de arte. Pero no. Cuando me vio, no dijo nada y, al mirarle yo interrogativamente, desvió los ojos y se puso a contemplar aquella obra en marcha con los brazos cruzados. Yo creo que sí que salió tan rápidamente para reconvenir y gritarle a quien fuese esa prohibición, pero que seguramente pensaba que se trataría de un alumno díscolo que la estaba retratando para burlarse de ella, y que, al encontrarse con un señor canoso que le miraba tan serio, se cortó. Aunque también pudiera ser que lo tengan allí apostado, en la cafetería, para vigilar que el caramelo no se extienda por toda la escuela o que, en un descuido, acabe por tragarse a alguien, un alumno, un profesor o, como era nuestro caso, a una visita inocente.

Después de esto nos llevó A. de tour nostálgico: el Triunfo, Ancha Capuchinos, Cristo de la Yedra..., el barrio donde pasó cinco años de su vida. Tomamos una caña en el Bar Verona, que aún se mantiene abierto. "¡Qué mayores se ven!", se lamentó A. al ver a las camareras, que eran las mismas de aquellos años mozos suyos. "¡Eran modernísimas! Y muy buena gente. Les dejaban un cuarto, a los reclutas, para poder cambiarse y dejar allí sus uniformes". También encontró en pie, en la esquina, la panadería "La Gracia de Dios", y ya en Cristo de la Yedra, la que fue su calle, el Bar Alhambra, que estaba abriendo sus puertas en ese mismo momento. Luego se acercó al número 12. "¿Y si llamo y subo a ver cómo está el piso? El primer año que vivimos aquí, una tarde llamaron  a la puerta. Eran un par de muchachas. Nos contaron que habian vivido en ese lugar hasta el año anterior, y que los que habían pasado allí habían sido  maravillosos , y nos pidieron permiso para entrar y verlo de nuevo un poco". "", le dijimos, "pero tú tendrás que decirles que viviste aquí hace más de veinte años, y los jóvenes son hoy más desconfiados y a lo mejor se creen que quieres atracarlos o robarles y no te van a dejar entrar". Creo que ni nos escuchó, tan absorta estaba en sus recuerdos. Se quedó todavía un rato con la cara pegada al cristal del portal, pero no se decidió a llamar y finalmente nos marchamos.

Nos fuimos a tapear, lo cual, en una ciudad como Granada, es asunto muy serio. Guiados por J. Á., cruzamos por la Facultad de Ciencias, levantada por las obras del metro, y entramos en Los Peruanos y luego, a muy escasos pasos, a un local llamado EL Reventaero. Estaban los dos llenos hasta los topes y allí, saltaba a la vista, la vida era bella: juventud, risas y unas tapas pantagruélicas que la muchachada devoraba con entusiamo y gran alboroto. Al entrar A. y yo, la media de edad subía significativamente, pero nadia hacía caso de tal cosa, pues estaba todo el mundo muy ocupado con las raciones que los camareros les ponían debajo de las narices. Mientras nos tomábamos unos montaditos de lomo largos como goletas, nos preguntábamos si sería hermoso volver a esa edad, estar matriculados en cualquiera de estas facultades y pasar las tardes por estas calles... Y tan atareados estábamos con esas tapas tremendas, que no supimos bien qué contestarnos.


Largo y fructífero había sido ya este viernes, de modo que dejamos que J. Á. se fuese con sus amigos y nos volvimos, Pedro Antonio de Alarcón arriba, camino del hotel, a descansar, quitarnos los fatigados zapatos y ver por la tele cómo, a muy escasos metros de donde nos encontrábamos, la selección conseguía una sufrida victoria ante los altísimos y aguerridos checos.



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